Hermes Castañeda Caudana
Para ciertas culturas prehispánicas el alma de los guerreros podía volver al mundo terrenal y manifestarse bajo diversas formas; por ejemplo, de animales, incluso bajo la apariencia de suaves y delicadas mariposas.
¿Será acaso que en esencia las personas conservamos la fragilidad que en nuestros años de infancia nos caracterizó y, si alguna vez llegamos a revestirnos de aspereza, nuestro interior sigue albergando seres sensibles y desprotegidos? No lo sé a ciencia cierta, sólo lo pienso a veces y la vida, también a veces, me lo confirma.
Como cuando, al regresar a trabajar al pueblo de Ahuelicán –localidad indígena de la región norte del estado de Guerrero–, donde había sido docente y director por varios años, encontré tantas cosas cambiadas, tantas personas con sus rostros distintos a los que me eran familiares, con sonrisas desaparecidas, con dolores añadidos; pero también hallé caras nuevas y sonrisas brillantes como el sol entre las montañas de aquellas tierras, adonde puedo decir que pasé algunos de los años más gratificantes de mi vida como maestro. ¿Que por qué parece que le doy tantas vueltas al asunto? Es que de repente no sé cómo explicar el hecho de que alguien muera sin morir del todo, como ocurrió con uno de mis mejores alumnos, Juan, a quien yo dejé casi de doce años cuando, por razón de iniciar a probar suerte en otros ámbitos dentro del terreno educativo, me ausenté de la escuela por un tiempo.
Juan estuvo... No está, no estará más y, sin embargo, vive aún... ¡Es que no sé cómo decirlo! ¡Es que no logro explicar con mi lenguaje técnico, de quien conoce definiciones en torno al género, qué es lo que pasa realmente cuando un capullo se abre y de él emergen formas distintas a las que, como orugas, en él se refugiaron!
Juan ya no existe. En su lugar, una hermosa mujer muy parecida a quien fue mi alumno se acercó a la escuela a saludarme un día, despertando a su paso toda clase de comentarios ante los cuales su erguida figura se espigaba cada vez más en lugar de doblarse, manteniendo en todo momento una mirada altiva y un gesto de quien se sabe segura de sí, de quien conoce muy bien que las burlas y las ofensas rebajan más a quien las hace que a aquella persona a quien pretenden dirigirse.
Ella llegó hasta mí y, muy atenta y respetuosamente, me tendió la mano; le cedí la silla donde me hallaba sentado pues era la hora del recreo y tomaba mis alimentos afuera de mi salón acompañado por dos de mis compañeros, en cuyos rostros inmediatamente se dibujaron sonrisas de burla que intercambiaron entre sí por mi gesto espontáneo de amabilidad hacia nuestra visitante. Conversé con ella, me dio la bienvenida y, ciertamente, me causó extrañeza el que al despedirse me dijera: “Qué bueno que ya regresó, siempre pensé que no volvería”, con el típico acento de quien habla el castellano como su segunda lengua.
“¿Qué?, ¿no te diste cuenta? ¡Vas a quemarte delante de los niños!” Me dijeron mis compañeros. Entonces comprendí. Yo había reconocido esos ojos, eran los mismos que tantas veces contemplé anegados de lágrimas de incomprensión y de rechazo; aquellas manos cuyas venas resaltaban eran las mismas que más de una vez vi apretarse de rabia e impotencia cuando los niños de la escuela le gritaban: “¡Puto! ¡Pinche marica! ¡Desgraciado maricón!” Sí, era él, Juan. Más, luego, reflexioné: “No, Juan, en cierta forma, no existe más, ha dado paso a un ser humano que conserva su esencia, pero tiene otra forma”.
En la primera oportunidad, ella me abrió su corazón, me mostró su valor y me confió sus razones para volver al pueblo: “¿Qué más da lo que piense la gente? Ni yo les quito, ni que ellos se metan conmigo, yo no le hago mal a nadie, de hecho ya no vivía aquí, maestro, regresé para pasar el año luego de que mamá murió, y nada más. Después me iré, yo tenía mi trabajo en Estados Unidos, era estilista...” Y entonces me mostró sus identificaciones. Sexo: Femenino.
A veces las clasificaciones les quedan cortas a los sentimientos. En ocasiones no hay explicación necesaria más que la que uno le debe a sus sueños de infancia. ¿Y qué hacer cuando en la infancia el sueño de uno no es ser quien se es por fuera?
Y entonces es cuando Maileen se abre paso ante la gente y hace su llegada al baile del pueblo, al concurso de disfraces de la escuela –invitada por mí– para fungir como jurado en la mesa de honor –aunque en medio de abucheos–, para salir a hacer ejercicio en las tardes –aún ante el riesgo de ser insultada, agredida, ultrajada–. ¿Cuántas caras tiene la intolerancia y hasta cuándo vamos a disfrazarla de apertura?
Mis compañeros comían y bebían en su casa, al menos dos veces cada semana; Maileen les cortaba el cabello sin cobrarles un centavo y les atendía de lo mejor. Pero, cuando se trataba de tener un gesto de amabilidad con ella, en público, ¡nadie se atrevía a hacerlo!, pero sí se atrevían a suponer que con cualquiera de ellos –“apuestos y galanes”– ella sería feliz en la intimidad.
¿Qué es lo realmente aborrecible?
¿Por qué seguimos manteniéndonos neutrales en nuestras escuelas ante el irrespeto hacia la diversidad sexual? O lo que es peor, ¿por qué tantas veces son los propios profesores quienes se muestran más intolerantes, más ignorantes?
¿Cuántos “Juanes” están ahora mismo sufriendo agresiones a su personalidad en sus escuelas, en sus grupos de clase?
¿Hasta cuándo? ¡Hasta cuándo!
No podemos negarnos a actuar para construir un mundo más habitable para todas las personas. Como maestros, precisamos aprender –para después enseñar a los niños y jóvenes–, a respetar al otro como parte del respeto a uno mismo. Porque cuando se ofende al prójimo, la ofensa se revierte y a quien deshonra, en realidad, es al agresor.
¿Será posible entender que simplemente hay muchas formas posibles de ser y de estar en el mundo, y que ninguna es mejor que otra porque solamente cada persona conoce cuáles son sus motivaciones, sus deseos y sus sueños?
Cada uno es otro color y hay muchas tonalidades posibles. Como matices en las alas de las mariposas.
Como las mariposas, en capullo de rosas; como el aroma de esas flores, a pesar de las espinas; como la lluvia fresca en la soledad del alma; como el dolor hermanado: fuente de luz ante la incomprensión humana; así llega tu texto al corazón del poeta.
ResponderEliminarAbrazos, amigo Hermes.
Tal vez no tenga las palabras exactas de mi inspiración, pero creo firmemente en la siguiente: .. en este mundo de locos, una declaraciòn de tolerancia..
ResponderEliminarLa tolerancia es una decisión personal que proviene de una creencia de que cada persona es un tesoro. Yo creo que la diversidad del paìs es su fortaleza. También reconozco que la ignorancia, la falta de sensibilidad y el
fanatismo pueden convertir esa diversidad en una fuente de prejuicio y discriminación.Para ayudar a mantener la diversidad como un manantial de fortaleza y hacer de este paìs un mejor lugar para todos, yo prometo respetar a todas las personas cuyas habilidades, creencias,
cultura, raza, identidad sexual u otras características son diferentes a las mías.
pp.16." 101 herramientas para la tolerancia"