Eugenia Araceli Castañeda Caudana
“No fue mi decisión, sólo la única opción, pero le agradezco a mamá y a papá porque fue su mejor imposición: ¡maestra o nada!”
Podría empezar diciendo que tenía esa vocación desde pequeña, pero sería mentira, lo que pasa con las niñas y los niños cuando juegan a ser maestras o maestros es común, debido a que es la profesión inmediata con la que tienen más contacto. Eso pasó conmigo: acuden a mí los recuerdos tan claros, como si no hubiesen transcurrido ya tantos años; por las tardes, después de comer y hacer la tarea corría a mi rincón de juegos e improvisaba un aula de clases: colgaba un pizarrón de lámina en un clavo, colocaba las sillas simulando mesas y volteaba algunas cubetas para que fuesen sillas. Siempre me las ingeniaba para tener gises, cuadernos y libros del ciclo escolar anterior. Si tenía suerte, mi hermano menor jugaba conmigo para representar a uno de mis alumnos; el resto del grupo, eran mis muñecas y muñecos colocados ahí, en lo que pretendían ser las butacas, y en el espacio del supuesto recreo, nos colábamos en la cocina para robar lo que había sobrado de la comida, a fin de que fuera parte de nuestro improvisado refrigerio.
No recuerdo en qué momento cambié esos juegos por otras inquietudes. Tal vez cuando inicié la adolescencia dejé olvidadas mis muñecas, y empecé a preocuparme por vestirme coqueta y maquillarme para verme un poco mejor.
Cuando cursaba el tercer grado de secundaria se dio un cambio en la carrera para llegar a ser maestro, a partir de ese año tendría que cursar la preparatoria antes de entrar a la normal. Al encontrarme estudiando el bachillerato pedagógico, la verdad fue que mis inquietudes cambiaron, ya no deseaba ser docente, mi nuevo sueño era ser psicóloga, quizá para hallarle alguna explicación a las cosas injustas que a veces les suceden a las personas en su infancia, y con las que tienen que vivir el resto de sus vidas, como si arrastraran a cuestas una pesada carga. Sin embargo, mis padres daban por hecho que yo sería maestra porque, según ellos, era “mi vocación desde niña”, ¡únicamente por haber dramatizado durante años esa profesión!
Al finalizar el bachillerato, solicité ficha de educación primaria en el Centro Regional de Educación Normal de Iguala, Guerrero. Cuando llegué a casa me regañaron y, como aún era manipulada –principalmente por mi padre–, regresé a cambiar mi ficha por la de educación preescolar, porque le tenía miedo. No supe cómo defender mi decisión. Sin embargo, paradójicamente es aquí donde inicia la historia de lo que ahora es mi pasión, y que forma una parte maravillosa de mi vida, un claro ejemplo de que no necesariamente debemos tener “vocación”, sino asumir con responsabilidad lo que nos correspondió hacer, ya sea por decisión o por azares del destino… ¡o porque simplemente así tuvo que ser!
El amor hacia la profesión como licenciada en educación preescolar, inició en el momento en que al llegar a mi primera asignación en un centro de trabajo conocí a esos niños y niñas de miradas tristes y, otras, alegres, que confiaban en mí. Para ellos y ellas lo que decía era importante. Esos seres que platicaban conmigo y me escuchaban, para quienes era muy especial. Ahí, en ese espacio llamado aula de clases, donde podía tomar decisiones propias acerca de la forma en que iba a desarrollar mi práctica docente… en medio de aquellas circunstancias, surgió un vínculo significativo entre mi profesión y yo.
Sé que es difícil de creer, quizá esté mal que lo diga, pero estoy convencida que en mi trabajo más que mis conocimientos, tiempo y dedicación, algunas veces he dado también el corazón. Cada generación que veo partir ha dejado recuerdos y aprendizajes importantes. También quiero pensar, que mis enseñanzas han servido como cimientos para los sueños de otros seres humanos. Me he identificado con muchos de esos niños y niñas; al verlos desprotegidos he tratado de ayudarlos en la medida que me ha sido posible, porque me trasladan a los trocitos tristes de mi infancia y, sin saberlo, se han llevado chispas de mi cariño. A pesar que en el recorrido no he dejado de encontrar ciertas dificultades para llevar a cabo el proceso de enseñanza, por la actitud que a veces muestran los padres o madres de familia, o bien, debido a los escasos recursos o pocas posibilidades de las comunidades, que limitan las ideas creativas que se me ocurren frecuentemente, no obstante todo ello, las satisfacciones que he recibido son la mayor recompensa. Sé que podría estar viviendo equivocadamente, muchas veces he recibido críticas por mi dedicación, tal vez exagerada, hacia mi vida profesional, que siempre me ha gustado más que la personal, porque ser maestra me ha permitido ser auténtica: ser yo misma, porque trabajo con pequeños seres excepcionales, que aún no tienen prejuicios ni lastiman, tanto como llegan a hacerlo algunas personas adultas. Y pensando detenidamente reflexiono: después de todo aquí también se aplica la psicología, para tratar y comprender a las pequeñas personitas que están mi cargo año tras año, o para ponerse en el lugar de los padres y madres de familia, que en ocasiones buscan nuestros consejos porque piensan que lo sabemos todo, solamente por ser maestros o maestras. Asimismo, para convivir y mantener relaciones cordiales con el personal de la institución, con quienes aunque a veces no coincidimos en opiniones, debemos mostrar respeto, porque forman parte de nuestra otra familia provisional, al menos durante el tiempo que coincidimos en la trama que se teje día a día, en todo plantel educativo.
No llegué hasta aquí por decisión propia, no obstante, en el presente sigo firme en la convicción de permanecer en esta profesión, porque es la mejor parte de mí, y ya no importa cómo inició este viaje, hoy agradezco a las circunstancias que me permitieron ¡llegar a ser maestra!
No llegué hasta aquí por decisión propia, no obstante, en el presente sigo firme en la convicción de permanecer en esta profesión, porque es la mejor parte de mí, y ya no importa cómo inició este viaje, hoy agradezco a las circunstancias que me permitieron ¡llegar a ser maestra!